Érase una vez, un reino sumido en los colores grises y el aburrimiento. Todos los días eran iguales y la monotonía era el pan de cada día.
A pesar de que el sol brillaba fuerte, la ciudad siempre estaba rodeada de una espesa bruma que sumía todo en una incómoda oscuridad. Los pájaros no trinaban, los búhos no ululaban y ni el viento silbaba. No se oían risas ni niños jugando por las calles.
Un día, desde los lugares más recónditos del planeta, surgieron unas criaturas mágicas que, allá por donde pasaban, lo llenaban todo de luz y color. Surgieron criaturas de todo tipo, desde los más grandes como los Gigantes o los Dragones, a los más pequeños como los Gnomos, las Hadas o los traviesos Trasgos, pasando por los Árboles encantados, los Mamur o los elementales Nuberu.
A sus oídos llegó la noticia de dicho reino sin color ni risas y, ante tal triste noticia, el corazón se les llenó de preocupación y decidieron poner rumbo a este reino a ver con qué podían ayudar para hacer de El Corralón un lugar mejor.