Las criaturas habitantes de El Corralón vivían enseñándose unos a otros a trabajar con y para la naturaleza: cómo leer y guiarse con el firmamento, la importancia y poderes del agua o cómo cultivar su propio alimento en sus huertos. Era una comunidad muy amigable y unida. Hasta hacían fiestas por las noches entre todo el reino como, por ejemplo, su afamada Fiesta de Estatuas Vivientes, donde la orquesta tocaba sus mejores canciones y las criaturas se disfrazaban y bailaban al son de la música.
Pero no os confundáis, ya que no todos los días eran tan pacíficos y no todas las criaturas del reino eran tan amigables. Un día, según la historia que El Abuelo nos contó una noche, se coló un ogro en la Gran Pradera; nadie llegó a verle, porque salió corriendo en cuanto oyó voces provenientes de las casas, pero supieron que pasó porque dejó un rastro de hedor que hizo que hasta las plantas se pudriesen y, sorprendentemente… ¡SE LE HABÍAN CAÍDO LAS OREJAS! Una leyenda dice que a los ogros que no saben escuchar, se les caen las orejas por no saber usarlas.
¿Sabéis qué? Desde que El Abuelo nos contó aquella historia, todas las criaturas en el reino comenzaron a preocuparse por sus sentidos y a hacer más caso a todo a su alrededor: los aromas que podían oler, los sonidos que podían escuchar, los sabores que podían percibir, las texturas que podían tocar y los colores que podían ver.
Antes de irme a dormir, os quiero contar algo que nos ha hecho mucha ilusión a todas: hoy hemos celebrado los cumpleaños de una de nuestras pequeñas hadas y uno de los últimos dragones que, hace poco, rompió su cascarón. Nos han preparado una tarta deliciosa de chocolate que nos hemos comido mientras cantábamos todas juntas.
Una aventura en el Corralón III
- Una aventura en el Corralón II
- Una aventura en el Corralón IV